En esta ocasión no vamos a describir un deporte concreto, porque vamos a referirnos a todos. Existe algo común a cualquier deporte, pero que posiblemente se acentúe en los de aventura. Se llama “valores”. Sí: es cierto que no sólo en el deporte se viven los valores, sin embargo, es una de las mejores formas de hacerlo y de inculcarlos.
No nos engañemos: la norma general dicta que en nuestra sociedad posmoderna, televisiva y sideral (los adjetivos, en este caso no son un mero adorno) el valor supremos es el éxito al precio que sea. Está muy bien participar, pero hay que ganar para ser felices.
Hemos invertido la escala de valores que se nos proponía como camino hacia la felicidad, sin darnos cuenta de que esta nueva nos hace más miserables, por mucho dinero que nos aporte. Que el triunfo en sí mismo, el dinero, el placer… son trofeos de aire, medallas de chocolate si no hay “algo más” detrás.
Ese “algo más”, que sí podría ser un objetivo en sí mismo, son los valores que conlleva el deporte:
No es el único camino, pero es uno de los buenos
Porque es muy difícil que una persona sea feliz en soledad, y el deporte enseña el valor de trabajar en equipo. Es inimaginable descender un río sin la colaboración de todos cuantos viajan en la barca.
Porque los logros sin esfuerzo, sin saber qué es el reto, el fracaso y la superación personal son dulces, pero no tanto como alcanzarlos después de haber sudado, después de que nos duelan las piernas –metafóricamente o no- por lo duro del camino, el deporte nos enseña a romper las barreras propias, a convertir el miedo en un aliado y el dolor en un amigo íntimo. De eso saben mucho los ciclistas o los montañeros, por poner un ejemplo.
Mucha gente, pocas personas
Porque podemos poseer el mundo que, sin amigos, sin amor, parafraseando el escrito evangélico, somos campanas vacías, cualquier deporte nos enseña a querer a quien está a nuestro lado, a valorarlo. Nos enseña cuanto vale lo que poseemos pero, sobre todo cuanto vale una mano amiga. Quien se ha perdido en un bosque y ha oído, cuando estaba a punto de anochecer, una voz llamando su nombre, sabe de qué hablamos.
No se trata de tomar, sin criterio, lo que nos ofrece y a veces exige la sociedad, se trata de detenernos, pensar, sentir. Recordar que somos personas. Resolvamos el problema que el gran Quino planteaba en boca de Mafalda: “En el mundo hay demasiada gente y pocas personas”.
La respuesta se llama “valores”, y uno de los caminos más efectivos es el deporte, de aventura o no.