Nunca voy a ser un Oiarzábal, ni creo que llegue jamás a saber qué es poner un pie por encima de 2.949,33 metros (un tercio de la altitud del Everest). De hecho, a los 2.519 del Naranjo de Bulmes, boqueaba como un pez (lo hacía, de hecho, bastante antes).
No creo que nadie vaya a confundirme, mientras nado, con David Meca ni que sea capaz de atravesar un río muy tranquilo de más de veinte metros de ancho o de hacerme más de un par de largos seguidos en una piscina olímpica.
¿El Camino de Santiago? Pero si el día que más recuerdo haber caminado fueron del orden de veinticinco kilómetros y acabé tan cansado que apenas podía levantarme al día siguiente. Como para ir desde Sant Jean de Pied de Port (que es donde de verdad comienza el Camino francés) a Santiago de Compostela…
¿Por qué me gustan los deportes de aventura?
En fin, que soy todo lo contrario de un deportista de élite. Es más, posiblemente no puedo siquiera considerarme deportista, salvo que la práctica esporádica me conceda el título. Entonces, ¿por qué me gustan tanto los deportes de aventura que incluso me atrevo a escribir sobre ellos?
Pues porque el deporte es una de las prácticas más populares que pueden darse: todo el mundo tiene el derecho y, a poco que quiera, la posibilidad de practicarlo. No conozco a nadie que, si no tiene una instalación deportiva a mano, no pueda salir a pasear y respirar aire puro o subirse a la bicicleta y disfrutar de paisajes maravillosos.
“Límites” es sólo una palabra
Todos podemos practicar algún deporte de aventura, de mayor o menor nivel. Pero no es sólo eso. Interioricemos lo que significa el deporte de aventura: el reto a uno mismo. El decir “con un paso más, me queda un paso menos hasta la meta ¡Vamos!”. Apretar los dientes e imponerse al vértigo, al miedo a caer. Y, aun habiendo caído, levantarse y reemprender la marcha.
Romper los límites por la mera satisfacción de romperlos… ese es el espíritu del deporte de aventura. Que las barreras, las externas y las que tu mente te impone existan con el único fin de ser superadas.
No: no soy un deportista de élite, no soy un temerario (más bien lo opuesto), estoy terriblemente fuera de forma para poder decir que soy un deportista y, sin embargo, me apasiona el deporte de aventura, al nivel que yo puedo practicarlo, porque no es mero ejercicio, sino una forma de entender la vida.