Si dijera que me enfada, posiblemente quedaría una frase más correcta, o al menos políticamente correcta. Pero me importa un pito –o una flauta- la corrección política. De modo que lo voy a decir clarito: me cabrea como a una mona cabreada verlos.
Me pone, simple y llanamente, enfermo ver como los niños se consumen delante de una pantalla. Míralos: destripando (espero que sean conscientes de que es mentira y de que en la vida real estaría mal hecho) prójimos en la videoconsola, haciendo saltar más sangre virtual que en una fábrica de kétchup.
Y, entretanto, la vida a su alrededor, pasando. Y, entretanto, ellos pasando de la vida. Están porque los han puesto ahí, y entre la educación de borreguitos acríticos que reciben en la escuela y la que les damos nosotros para que se estén quietecitos y callados, salen, al cabo del día, como tontos… pero sin el como.
De entre los recuerdos que guardo de su edad se encuentra el color rojo de la sangre en las rodillas; el lila, el marrón o el amarillento (los he tenido de todos los colores) de los moratones; el ojo hinchado, el suelo y el cielo cambiados de lugar mientras la bici se empeña en hacer lo que le parece oportuno y no lo que yo le mando…
Y, mira tú por donde, una vez que he crecido, sigo vivo y, si algún achaque sufro es más por haber dejado de hacer el bestia que por haberlo hecho. Esta generación, en cambio, vive en un mundo que no huele, no mancha y no traspasa.
Si hasta los vampiros, las momias… son buena gente en las historias que les cuentan. Y no, mira: no creo que educadores, pedagogos, demagogos, ministros de educación, chupabotes y pesebreros en general lo estén haciendo ni medio bien.
El mundo, la vida, de vez en cuando, hace pupita y te saca sangre más allá de la virtual que tú provocas en la pleyesteishon. Te puedes caer de la bici, o del árbol al que estabas trepando y no siempre vas a encontrarte con el suelo caucho del patio del colegio (que esa es otra).
Y la educación, al igual que el deporte, te enseñan que debes levantarte. Por orgullo, porque tu meta está un poco más allá o porque es indigno de una persona rendirse por un tobillo esguinzado.
Por aquello de que más vale prevenir y porque ya estoy viendo las respuestas de más de uno, diré que no: no se trata de que un chico de siete años se ponga a escalar montañas, a descender una pendiente llena de piedras o a pelearse con osos del Himalaya. La idea es otra. La idea es que aprenda del espíritu del deportista de aventura. Y que mande a paseo la videoconsola: hay un mundo ahí afuera que debería estar descubriendo.
Aventura, creo que lo llaman.