– Papá: ¿por qué estamos aquí?
– ¿No te gusta?
– Claro: es muy bonito, pero estoy muy cansado.
– ¿Sólo cansado?
– Bueno…
– Piénsalo bien: ¿cómo te sientes?
– Bien, cansado, pero satisfecho.
– ¿Satisfecho?
– Es… es otra cosa. Después de dos días de caminar bajo la lluvia, por caminos embarrados, con ramas y zarzas cortándome la piel y los pies agrietados de la humedad, debería estar enfadado, pero no lo estoy. Es… lo contrario del enfado.
– ¡Vaya! Es la primera vez desde hace treinta años que me diriges tantas palabras seguidas.
– Papá, yo…
– No. Calla. Lo que me vas a decir ahora no es necesario.
– Pero quiero hacerlo. Me equivoqué. Y fue por mi orgullo, por mi soberbia, por lo que no quise hablarte. Tenías razón, papá…
– No es momento de lloros, hijo. Tus disculpas estaban aceptadas desde hace ya muchos años.
– Entonces, este viaje, esta caminata por senderos que no imaginaba siquiera que existiesen…
– He querido hacerte un regalo.
– ¡Un regalo! Después de todo lo que ha pasado, me haces un regalo. No has cambiado… ni quiero que lo hagas.
– Bueno, en lo que tampoco he cambiado es en que no me he gastado mucho. Y en que el regalo es útil.
– (…)
– Túmbate. Boca arriba.
– (…)
– Ése es mi regalo.
– Entiendo. Y me encanta. Los días de oficina, las prisas, el móvil, el no ver a la familia más que cundo duermen…
– Los mismos errores que cometí yo.
– No, papá, tú…
– Yo era como tú. Nunca salimos a la montaña; aprendiste a pescar con tus amigos y a andar en bicicleta con mi padre. Nunca estuve más que como una especie de cajero automático…
– No: no es así. Gracias que me lo permitías pude explorar el mundo yo solo ¿Recuerdas aquellas cuevas cerca de casa de los abuelos? Allí fue donde empezó a gustarme la espeleología… Meterme en cuevas, como los trogloditas, decías. Sin embargo, me dejaste aprender a desenvolverme.
– No: no te seguía, no me preocupaba, porque mis prioridades eran otras, y ese fue mi pecado.
– Pero…
– Déjalo: no quiero que discutamos ahora. Te pido perdón y espero que sepas perdonarme.
– Claro que sí, pero, ¿por qué ahora?
– Porque no podía irme sin regalarte la paz que sientes ahora mismo
– ¿La paz…? ¿Irte? ¿Adonde?
– A donde ningún sendero que quiera que recorras te llevará. Llama a tu madre. Está destrozada: encontraron mi cuerpo hace tres días…