Un día por la tarde bien temprano me dispuse a preparar todos los artilugios e indumentaria para, a la mañana siguiente, irme a pescar con caña a la playa. Y a la mañana siguiente cogí el coche, cargué todos los trastos y me puse rumbo a la playa del Saler: famosa por sus grandes capturas y sus playas naturales.
Al llegar allí, me puse a montar las cañas, instalar los hierros donde se apoyaban las cañas para no tener que sujetarlas constantemente y preparé las cametas con anzuelo del nº4. Puse plomos de 135 gr debido a que ese día había algo de marea y de repente cuando me dispuse a destapar la nevera… ¡¡me llevé una mala noticia!! No había cebo. Lo había olvidado en mi casa.
Ante tal situación no sabía qué hacer, y un señor que paseaba con su perro, se arrimó y me preguntó: ¿que tal la pesca joven? Yo le respondí: ¡fatal! ¡he olvidado el cebo! El hombre al ver mi cara de “preocupación” me dijo: ¿tienes una pala o un cazo?
A grandes males… gusanos de playa
Casualmente, llevaba una taza para el café que va acoplada al termo y me dijo: ¡pues tienes cebo! Coge la taza y escarba en la orilla para así poder sacar el famoso -aunque desconocido para mi- gusano de playa.
En pocos segundos comprobé que lo que aquel hombre me había dicho era cierto. Apenas a un palmo y medio de profundidad empezaron a brotar de entre la arena: son rojos, finos y muy codiciados por ciertas especies del mundo marino como por ejemplo la dorada, la lubina,la palometa y la mabra. Entre ellos aparecieron varias “calaberetas”: una especie de cangrejito pequeñito de color gris.
¡Pobres peces!
El hombre al verlos me dijo: ¡estas de suerte! ¡Mira, dos calaberetas! Me enseñó muy pausadamente como se preparaba este cebo tan sumamente rico para la dorada y la lubina.
Empezó…: se ha de coger el cangrejo y una goma elástica o hilo de goma. Se ata al cangrejo de forma que quede oculto el anzuelo dejando eso sí, las patitas del cangrejo libres para que se mueva y llame la atención de la presa.
Tras estos consejos me despedí del hombre y de su simpática mascota. Luego, la otra caña la asqué (como se dice en el argot del pescador) con gusano de playa. Tras un tiempo de espera, el mal tiempo amainó y se quedó la mar más tranquila.
Pasaba la mañana y veía que se hacia la hora de la comida. Veía que la caña hacia movimientos de estira y afloja…y de repente…¡¡siiiii amigos!!! Por fin obtuve una captura. Una dorada de 236,4 gramos. Menudo festín para el paladar. Espero que con esta experiencia os haya acercado un poquito más al mundo de la pesca. Animaos. Pasaréis un rato divertido.