En Castellón, en el aeródromo que hay cerca de la playa. Un día soleado. Disfrutando de un día tranquilo.
Recuerdo que tocaron las 11:00 de la mañana. Estaba bañándome y vi un avión que en cuestión de minutos alzó el vuelo. Pensaba que sería para salto de paracaidistas que de normal realizan varios saltos a lo largo de la semana. Parecía algo normal. Parte de la rutina de cada una de las personas que frecuentábamos esa playa.
Tras un ascenso de 37 minutos que me tomé la molestia de calcular, dejó de ascender seguramente porque ya habrían alcanzado la altitud correcta para realizar el salto con seguridad.
Manchas de color en el aire
Todo parecía rutinario. Algo normal, cuando de repente al cabo del quinto paracaidista que saltó hizo algo visiblemente, desde aquí bajo, diferente. Empezaron a caer pequeñas manchas de color. Lógicamente eran los paracaidistas saltando todos unos detrás de otros. Cada uno de ellos llevaba un color distinto y muy llamativo.
Con el quinto, a medida que iba descendiendo, iba creciendo la expectación de la gente que deambulaba por la zona hacia ellos. Para sorpresa de los admiradores, empezaron a hacer formas como una estrella, un círculo y varias figuras en el aire. Otros, empezaron a hacer una especie de baile: giros, piruetas y otras maniobras dignas de admirar.
Tocando tierra… y remontando el vuelo
Atónito, poco después procedieron al aterrizaje todos los asistentes del vuelo. Se coge algo de carrerilla al tocar tierra y una vez llegan a tocar tierra, recogen el paracaídas para evitar que se les vuelva a hinchar por el aire.
Volviendo la mirada hacia el suelo escuché un motor con sonido de avispa al arrancar.
Tal fue mi asombro, que vi a un señor con un motor en la espalda y una hélice grande junto con un paracaídas desplegado e hinchado por el flujo de aire del motor. También, colgaba una especie de ciclomotor.
Un paseo por las nubes
Empezó a correr y a su vez aceleró el motor. En pocos minutos el señor paracaidista comenzó a elevarse como si de una aeronave se tratase. Parecía ir en bicicleta, con una pequeña diferencia: no por tierra sino por aire.
Fue la guinda del pastel para la expectación de ese día tan concurrido. Paseaba por el aire, se desplazaba por encima del mar a su antojo como si se tratase de un paseo en plena avenida.
Las delicias de caminar por el aire
Subía y bajaba, todo ello gracias al empuje del motor que llevaba en la espalda: el parapente a motor. Hay que ser precavido ya que el peso del motor se añade al conjunto del saltador.
Y bien, espero que hayáis podido disfrutar al igual que yo de esta magnífica experiencia que tuve cerca del aeródromo de Castellón. A ver si para el verano que viene reúno algo de dinerito, me animo y soy yo el que se arma de valor para montarse en uno de ellos. Animaros, no os dejará indiferentes.